Las estaciones de Dios – Parte I


Autor: Juan Ballistreri
EXTRAÍDO DE «EL PACTO QUE DETERMINA TU GOBIERNO», CAPÍTULO 9: «LAS ESTACIONES DE DIOS». Autorizado para ser publicado en REMA University


Génesis 1:14 afirma:

«Dijo luego Dios: Haya lumbreras en la expansión de los cielos para separar el día de la noche; y sirvan de señales para las estaciones, para días y años (…)» (RVR, 1960). La manera como Dios opera siempre es la misma, es decir, Dios siempre crea gobierno y luego lo que él quiere gobernar.

Antes de que el hombre fuera creado, Dios creó las estaciones (verano, invierno, etc.). De igual manera, Jesús primero constituyó apóstoles y luego a la iglesia. Dios puso las estaciones como señales, porque ya estaba decretado que las estaciones gobernaban aún sobre Adán. Por ejemplo, cuatro veces al año debemos estar listos para un cambio, a pesar de que hablemos en lenguas o tengamos el poder para hacer milagros.

Asumir cambios es costoso

La capacidad de cambiar es la sujeción a una ley establecida por Dios y no el simple hecho de hacer algo novedoso. Además, todos los cambios se producen por personas que entienden que son una generación de relevo, conscientes de que a sus hijos no los sorprenda el futuro ni los encuentre sin las herramientas apropiadas o, peor aún, sin el respaldo de Dios. Del mismo modo, todo cambio produce efectos directos en nuestra vida pasada y crea conflictos internos y externos, pero es de sabios identificar qué es de Dios y qué no.

Cambio de dirección

Es necesario un cambio de lo pastoral dirigido a la congregación, a lo apostólico dirigido al mundo. Aunque acertemos de manera personal (en lo pastoral) en función de acciones de cuerpo (iglesia en el contexto mundial), nuestro éxito personal no sirve. Esto no significa que en la iglesia está todo mal, sino que es necesario cambiar la dirección hacia donde nos esforzábamos por llegar, puesto que los objetivos de Dios son más grandes y potentes que los que hemos perseguido individualmente desde nuestras congregaciones y visiones personales.

Así, por ejemplo, Moisés y Cristo son comparados, pero el problema de Moisés ―y eso lo diferencia de Cristo― era que le costaba cambiar la dirección con respecto a lo que él debía hacer. Mientras tuvo la vara en su mano y luchó contra Faraón no hubo problema; es decir, para luchar contra los egipcios era fantástico: metía la vara, ¡una serpiente!; metía la vara, ¡sangre!; metía la vara, ¡piojos!, etc. En otras palabras, una etapa de nuestro liderazgo y autoridad sirve para liberar a la gente. Sin embargo, el problema de Moisés fue cuando Dios le dijo que ahora la vara era para que le abriera camino al pueblo.

Por lo tanto, llega un momento en que no podemos usar la autoridad que se nos otorgó para luchar contra el imperio reinante. En este sentido, Moisés se vio atrapado con el pueblo, el ejército detrás y el mar por delante. Dios le dijo que ahora la vara era para que el pueblo caminara hacia delante, hacia una libertad total. Así, no está mal que liberemos a la gente del yugo, lo malo es inventarles cadenas para seguir con la predicación de la libertad.

Por consiguiente, libertad es posibilitar que la gente entre en lo que Dios dijo que entrará. Dios nos va a hacer luchar contra el enemigo durante un tiempo para que el enemigo te imite, pero todo está diagramado por él. El diablo es imitador, por lo tanto, ¿por qué no se le ocurrió antes al enemigo hacer con dos varas lo que Moisés hizo con una sola? Porque nuestro enemigo no es creativo, sino imitador, y porque Satanás depende exclusivamente de lo que Dios hace.

De modo que todo lo que se nos ocurra tendrá un paralelo que se le parezca para confundirnos. Sin embargo, la diferencia estará cuando dejemos de luchar contra el enemigo y le abramos camino a la gente, porque mientras Moisés luchó contra sus enemigos tuvo otro que lo imitó, pero cuando él le abrió camino al pueblo, sepultaron para siempre a Faraón.

De manera que mientras nos enfoquemos en hacer guerra en la dirección equivocada, guerra no nos faltará. Sin embargo, usemos la autoridad apostólica como Pablo, quien pasó por el fuego para abrir camino a la gente y desbarató a Diana, la gran diosa de los Efesios, sin siquiera mencionarla en un discurso. Así que el gobierno de Dios, bien entendido, nos ayuda a abrir caminos de libertad para las personas, por los cuales ningún enemigo puede pasar.

Cambio de enfoque

En la mente de Dios nunca estuvo la idea de que adoptáramos el girar nuestra vida alrededor de los templos, sino al contrario. Tampoco que dependiéramos de lo que un hombre o líder puede hacer, sino que explotemos nuestra capacidad de liderazgo y creatividad para hacer su voluntad en todo el mundo. Por tanto, el deseo de Dios es que llevemos su justicia a cada ser humano en el planeta.

Igualmente, esta forma de gobierno no condiciona nuestro vocabulario, sino que nos permite ser personas versátiles para gobernar y legislar en todos los ámbitos de la sociedad. Además, ya no tendríamos más énfasis en buscar enemigos ocultos en las sombras de las instituciones, sino que estaríamos abocados a realizar nuestras labores, porque en ellas encontraremos que nuestros enemigos huyen solos y asustados por nuestra madurez y por el respaldo de Dios.

Cambio de métodos

En cuanto a la evangelización del mundo, es necesario que, aunque sirvió para una época, cambiemos lo que está obsoleto y busquemos algo mejor. Esto incluye que esté al alcance de nuestras familias. En este sentido, la mentalidad vieja dice: «Vamos a orar para revolucionar la ciudad». Por el contrario, el gobierno de Dios, antes que orar produjo el milagro que desató una revolución en la ciudad. Veamos:

Mas Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda. Y tomándole por la mano derecha le levantó; y al momento se le afirmaron los pies y tobillos; y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios. Y todo el pueblo le vio andar y alabar a Dios. Y le reconocían que era el que se sentaba a pedir limosna a la puerta del templo, la Hermosa; y se llenaron de asombro y espanto por lo que le había sucedido (RVR, 1960, Hechos 3:6-10).

Por tanto, lo que sucedió en aquel aposento alto cuando todos los discípulos recibieron el bautismo en el Espíritu Santo no fue un hecho que se registró para que predicáramos la necesidad del bautismo en el Espíritu, sino que dejó mensaje claro para todos los presentes, porque las lenguas eran entendibles. Esto significa entonces que el Espíritu Santo vino a la iglesia para darnos un idioma que todos pudiéramos entender. Y es que nada de lo que quedó escrito es para justificar o inventar doctrinas, sino que está allí para mostrarnos las intenciones de Dios para con los hombres.

De ahí que nuestra situación no es comparable con la de los primeros apóstoles del Señor, porque ellos eran perseguidos por tener en sí mismos la gran evidencia de que eran amenazas vivientes para los gobiernos corruptos y manipuladores de la época. Sin embargo, nosotros no tenemos ese tipo de confrontación, porque ni siquiera sabemos quiénes nos gobiernan. Además, somos tan ajenos a la vida gubernamental de nuestras naciones, que cada vez que sucede algo crítico no sabemos qué responder a la sociedad y nos consolamos con que es un juicio de Dios sobre los que no creen. Asimismo, cualquier crisis, sea menor o mayor, nos afecta indefectiblemente por ser parte de una nación.

Lo anterior no tiene que ver con un juicio de Dios, sino que es la muestra de que estamos ocupados en cosas que no nos fueron asignadas, que hemos descuidado nuestro verdadero rol en este mundo y permitimos que nos gobiernen quienes no conocen nada de la vida, del honor, de Dios y de sus propósitos.

Cambio de prioridades

Por otra parte, en las Escrituras hay testimonio de que se paró la tierra un lapso para ganar una guerra, pero esa fue una excepción. Asimismo, podemos ayunar cincuenta días, pero al día cincuenta y uno vamos a tener hambre. Hay leyes y principios establecidos que son para gobernarnos a nosotros también. Y aunque sabemos que somos administradores de este mundo, no tenemos recuperada todavía la capacidad de echar mano sobre cosas como las estaciones, porque son la clara evidencia de que todavía necesitamos la guía y la mano de Dios para que agende nuestra vida por causa de nuestra corta vista y falta de visión mundial de la vida que nos ha regalado.

Así que las estaciones no se pueden cambiar, como tampoco el movimiento de Dios no se puede detener. Por tanto:

  • El cambio afecta a todos. Aun cuando nos neguemos a cambiar en algo, el cambio lo alcanzará.
  • El cambio llegará, con nosotros, alrededor de nosotros y sin nosotros.
  • Tenemos que cambiar o fracasaremos.
  • Los cambios son difíciles de aceptar, porque no hay nada más seguro que la comodidad actual.

Los cambios en la figura de las estaciones del año

Si queremos estar capacitados para manejar el cambio con eficacia, debemos comprender las características de las estaciones.

  • Las estaciones son naturales.
  • Son el cumplimiento de un ciclo establecido por Dios.
  • Son un cambio perfecto.
  • Sus efectos afectan a todo el mundo.

El gobierno a la manera de Dios no está en restauración, sino en restitución. Restaurar es arreglar algo roto o que ha sufrido cambios en su estado original, mientras que restituir es manifestar la autoridad de Dios en todos los ámbitos.

Algunos dicen: «Dios es sobrenatural»; ¡sí, para algunos!, pero para Dios es normal hacer lo que él hace. Por ejemplo, los ángeles seguramente se aburrieron mucho cuando Jesús estaba en la Tierra, porque mientras él calmaba el viento, ellos ya lo habían visto crear el mar. Era como calmar una lluvia en un vaso de agua. Así que de la manera en que lo veamos depende que sea natural o sobrenatural.

Sumado a lo anterior, para nosotros, si Dios sana un cáncer, reaccionamos sorpresivamente, pero esto es un trámite para él. Por eso, si nosotros creemos que las cosas de Dios van a pasar por nuestro esfuerzo, nunca veremos los efectos de los cambios y de su gobierno en nuestras vidas, porque el fruto es el producto de la estación que gobierna. Por lo tanto, podemos pasar toda la vida pidiendo el fruto esperado: finanzas, milagros, tocar los lugares de autoridad, etc., pero nada pasará si no entendemos en qué estación de Dios estamos. Tal vez pidamos plátanos en época de manzanas.

Dicho de otra manera, Pablo hacía un milagro y jamás iba a detener el curso de la iglesia. Él solo contaba su testimonio en momentos claves y no basaba su ministerio en experiencias para contar. En este sentido, la iglesia que debemos dejar ha sido testimonial y ha hecho que nos olvidemos de lo natural de Dios, y es que él gobierna por estaciones y así le ha placido. Un cambio de estación de Dios trae cambios en todo el mundo. La vieja mentalidad dice: «Dios está visitando la ciudad y están sucediendo milagros». En cambio, en el gobierno de Dios la estación trae los mismos efectos a todos los lugares del planeta.

Así pues, tenemos cuatro estaciones que rigen el clima en el mundo, dos definidas (verano e invierno) y dos de transición (primavera y otoño). Por consiguiente, la sabiduría de Dios nos da el tiempo adecuado para aclimatarnos a la estación definitiva, con el conocimiento de que no son buenos los cambios bruscos. Además, no podemos desafiar una estación, porque podemos tener un campo grande pero sin fruto que nos alimente por no respetar las estaciones. De igual manera, podemos tener una congregación grande, pero eso no nos habilita la opción de elegir en qué estación vamos a vivir.

Por lo tanto, orar para tener frutos en una estación no correcta para estos es una barbaridad que, además, puede denominarse como ignorancia de los principios naturales establecidos por Dios. Hechos 2:46-47 dice:

Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos (RVR, 1960).

Este episodio no es un sueño que debamos anhelar más que nada, sino el proceso natural de Dios en aquellos que entienden en qué estación están parados. Lo que Dios añade no lo pone nunca en un lugar en que se vaya a echar a perder, al contrario, Dios sabe en qué lugar están preparados para recibir a la gente para formarla según su forma de gobierno

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