Las estaciones de Dios – Parte II


Autor: Juan Ballistreri
EXTRAÍDO DE «EL PACTO QUE DETERMINA TU GOBIERNO», CAPÍTULO 9: «LAS ESTACIONES DE DIOS». Autorizado para ser publicado en REMA University


Antes de comenzar, veamos las siguientes citas bíblicas. Por un lado, Hechos 5:33-39 dice:

Ellos, oyendo esto, se enfurecían y querían matarlos. Entonces levantándose en el concilio un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la ley, venerado de todo el pueblo, mandó que sacasen fuera por un momento a los apóstoles, y luego dijo: Varones israelitas, mirad por vosotros lo que vais a hacer respecto a estos hombres. Porque antes de estos días se levantó Teudas, diciendo que era alguien. A éste se unió un número como de cuatrocientos hombres; pero él fue muerto, y todos los que le obedecían fueron dispersados y reducidos a nada. Después de éste, se levantó Judas el galileo, en los días del censo, y llevó en pos de sí a mucho pueblo. Pereció también él, y todos los que le obedecían fueron dispersados. Y ahora os digo: Apartaos de estos hombres, y dejadlos; porque si este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá; mas si es de Dios, no la podréis destruir; no seáis tal vez hallados luchando contra Dios (Reina Valera [RVR], 1960).

Por otro lado, Romanos 8:18-23 dice:

Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo (RVR, 1960).

La iglesia apostólica no es algo nuevo ni raro, sino el modelo original tal cual lo describe el libro de Hechos de los Apóstoles. Para hablar de esta iglesia, es posible compararla con las cuatro estaciones climáticas que gobiernan naturalmente nuestro planeta. Así, cuando nos referimos a «estación», nos damos cuenta de que esto ya ocurrió, significa que la iglesia ya fue gobernada de la forma en que se nos pide reordenar su gobierno actual. En este sentido, tenemos referencia en la Biblia sobre este tiempo y sus resultados.

Dicho lo anterior, «la creación gime por la manifestación de los hijos de Dios» es una expresión que parece futurista, pero tiene vigencia y es atendible hoy en día. No hablamos de una manifestación de gente que administra la iglesia en estructura, sino de personas consientes del poder que los respalda, con habilidad y asistencia de Dios para administrar la iglesia para este tiempo, que atienda las problemáticas mundiales y aporte bases para mejorar todo tipo de gobierno en los ámbitos políticos, empresariales, educacionales, etc.

Por tanto, la iglesia no está ni debemos limitarla en su jurisdicción de acción. Para ser más específicos, la iglesia tradicional, religiosa y con mente inadecuada en el siglo presente ha sido especialista en decirles a las personas los deberes, mandatos, decretos y obligaciones. En cambio, una iglesia apostólica nos da luz más allá de los derechos que como hijos de Dios tenemos. Además, nos da la revelación de la posición que alcanzamos en Cristo y desde la cual no solo podemos echar mano de dones espirituales para ser usados dentro de los recintos que llamamos «templos», sino también para la acción en la vida diaria y para la realidad de nuestras naciones. Como iglesia, somos responsables de instaurar un modelo de gobierno puro, potente, eficiente y sagaz en todo el planeta.

Por esta ausencia de respuestas y de planificación gubernamental, acordes con el momento histórico que nos corresponde administrar, es que mucha gente se va de las iglesias o se muda de una congregación a otra, en busca de referentes de cambios que les ayuden a subir de nivel. Además, las personas tenemos derechos y obligaciones, pero nuestro mayor derecho es poder elegir un lugar donde podamos crecer y recibir la información correcta de lo que es nuestro rol en esta tierra, no historias ni fábulas ni sueños idílicos que nunca se cumplen ni tampoco fantasías de quienes no saben ya qué hablar en una reunión. Por el contrario, es necesario que recibamos palabras consistentes, sostenibles, realizables, milagrosas y ejecutables en cualquier lugar y ámbito de la sociedad, sin restricciones y con un fin determinado.

Sumado a lo anterior, siempre que alguien se va de una congregación es común escuchar: «¡Dios está limpiando la iglesia!». En realidad, hay dos tipos de personas para detallar en estos casos: las que siempre andan de iglesia en iglesia y las que son buenas, pero que se van porque no supimos gobernar, con lo cual usan su derecho a irse. Con esto no se trata de fundamentar ciertas conductas incorrectas, sino promover el derecho a pensar y evaluar lo que recibimos para cumplir nuestro propósito en Dios.

Ahora bien, no podemos ignorar lo que Gamaliel dijo sobre la iglesia apostólica:

Y ahora os digo: Apartaos de estos hombres, y dejadlos; porque si este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá; mas si es de Dios, no la podréis destruir; no seáis tal vez hallados luchando contra Dios (RVR, 1960, Hechos 5: 38-39).

Cuando la Iglesia apostólica nació, causó cosas que no estaban previstas por los que gobernaban en el templo. En este sentido, quien no comprenda lo apostólico es mejor que esté en silencio hasta que asimile y tenga claridad de las cosas que suceden en el contexto mundial, porque esto no es una moda retro en la que se intenta recuperar los usos y costumbres de tiempos pasados, sino que, de acuerdo con las normas de gobierno de Dios, es ordenar nuestras vidas, congregaciones y, por ende, la iglesia en cada rincón del mundo.

Así, es necesario que, desde el orden, Dios gobierne, porque es imperioso que atendamos las normas que ya nos especificó para edificar su iglesia, de lo contrario, jamás se involucrará con nuestro trabajo. Además, Dios está comprometido con su palabra y diseños, no con los nombres evangélicos de nuestras congregaciones o con las identificaciones de pastores otorgadas por una asociación, «Porque Jehová de los ejércitos lo ha determinado, ¿y quién lo impedirá? Y su mano extendida, ¿quién la hará retroceder?» (RVR, 1960, Isaías 14:27).

Lo que Dios hace en su gobierno no nos deja sin opción

No es responsabilidad de Dios si nos va mal en nuestro intento por hacer su Palabra y designios a partir de modelos y regulaciones nacidos de nuestras propias mentes o, en el peor de los casos, de tradiciones de las asociaciones que nos dio el ministerio.

No podemos resistirnos a las estaciones

Un hombre en traje de baño no puede ir a la cordillera en invierno, porque, por más que ayune o sea hijo de Dios, no se van a deshacer los hielos eternos. Lo mismo sucede si nos resistimos a un cambio que Dios ha ejecutado y determinado para nosotros. Además, cualquiera que luche contra un cambio terminará como el hombre de traje de baño en la tormenta de nieve. Su fin es muerte y separación del torrente de vida de Dios. Por lo tanto, es sabio elegir bien las vestimentas que usaremos en la estación en que nos gobierna.

Precisamente, Efesios 6:11 dice: «Vestíos de toda la armadura de Dios (…)» (RVR, 1960), no dice «vístete», sino «vestíos», lo cual hace referencia al cuerpo y no a un individuo, porque la armadura fue pensada para un Cuerpo. No es la carta de Pablo al efesio, sino a los efesios. Tampoco se trata de que todo lo tiene que llevar solo una persona, porque no se les puede poner yugos pesados o responsabilidades que no pueden llevar solos, porque están pensadas para el cuerpo.

Por otra parte, la vieja mentalidad pregunta: en este gobierno de Dios, ¿quién es el que manda? ¿Quién es el presidente del nuevo movimiento? El gobierno de Dios no se ejecuta con rangos, sino con hijos maduros que toman su lugar y atienden sus responsabilidades de administradores de un reino, el cual respeta, sostiene y respalda a cada ciudadano que responde según sus normas gubernamentales.

En definitiva, este Reino no responde a reconocimientos de organizaciones evangélicas ni de ningún tipo ni tampoco a títulos puestos por hombres o por funciones prestadas en una congregación. El reino solo respalda a los que allí pertenecen y no hay forma de falsificar la pertenencia al mismo. Pablo dice que el reino no son palabras, sino poder de Dios, demostración de que es él quien nos respalda y nos ha enviado.

Las estaciones no respetan jerarquías

El Señor nos enseña que podemos ser alcaldes de una ciudad, presidentes de una nación, abogados, reyes, pastores, apóstoles, etc. Aun así, cualquiera que desafíe una tormenta de nieve sin tener la ropa adecuada moriría congelado. Al ser estaciones reguladas desde un reino, estas exigen sumisión. Asimismo, al estar diseñados desde lo natural y espiritual para detectar los cambios de climas y demás cosas que nos rodean, no es responsabilidad de Dios que perezcamos por no respetar lo establecido.

Lo anterior es un aviso para todos los que piensan que pueden manipular con su liderazgo las cosas que deben o no suceder en la iglesia. Por el contrario, nada de lo que está en nuestra mano cambia las estaciones, ninguna multitud nos da ventajas sobre el cambio de clima, porque, indefectiblemente, debemos obedecer.

Dicho lo anterior, lo que produce una estación es más fuerte que nuestra capacidad individual. Por ejemplo, a un templo lo pueden mantener frío con un sistema de aire acondicionado, pero no se puede enfriar un país con nuestro pequeño reino climatizado. La iglesia ha traído temperaturas a un sector de la sociedad que ―me animo a decir― es el menos influyente y pensante de ella, razón por la cual no ha podido cambiar el ambiente de las naciones donde está establecida. Sin embargo, el poder de Dios puede refrescar todo un continente y más.

Finalmente, esta es una época en la que Dios hace y deshace como él quiere. Así que no podemos dejar de identificar cuál es su obra y su voluntad para este tiempo y sumarnos, sumisos, no para buscar el reconocimiento por lo bueno que sucede o va a suceder, sino para estar atentos y expectantes de recibir y cumplir los designios de quien gobierna el universo y, asimismo, nuestro pequeño o gran mundo en el que vivimos.

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