Transferir la semilla, transfiere la vida

Lucas Márquez
EXTRAÍDO DE «MANIFESTANDO EL REINO», CAPÍTULO 4: «Transferir la semilla, transfiere la vida»
Autorizado para ser publicado en REMA University

Jesús dijo que la dinámica de transferir el conocimiento de su palabra se compara con un sembrador que salió a sembrar. Este no es el concepto griego de impartir conceptos teóricos, sino que, al impartir la semilla, se transfiere vida. Se requiere que el oyente sea buena tierra para que se produzca el efecto deseado. Además, debemos tener una capacidad de diagnosticar para avanzar en su propósito. Génesis 13:14-18 dice:

Después de que Lot se separó de Abram, el Señor le dijo: «Abram, levanta la vista desde el lugar donde estás, y mira hacia el norte y hacia el sur, hacia el este y hacia el oeste. Yo te daré a ti y a tu descendencia, para siempre, toda la tierra que abarca tu mirada. Multiplicaré tu descendencia como el polvo de la tierra. Si alguien puede contar el polvo de la tierra, también podrá contar tus descendientes. ¡Ve y recorre el país a lo largo y a lo ancho, porque a ti te lo daré!» Entonces Abram levantó su campamento y se fue a vivir cerca de Hebrón, junto al encinar de Mamré. Allí erigió un altar al Señor (NVI, 2015).

El Antiguo Testamento contiene sombras y figuras que en el Nuevo Pacto se transformaron en realidades. Israel se dedicó a matar filisteos y amurallar ciudades; esto no significa que vaya a aparecer un filisteo en el patio de nuestra casa. Todas las cosas que en el Antiguo Pacto fueron externas, en el Nuevo Pacto son una realidad interior.

Hoy las verdaderas batallas se pelean en el alma y en el espíritu. Creo que hoy nos involucramos en una tarea gigantesca sin tener crédito en muchas cosas; es decir, nuestro depósito de revelación. En la mayoría de los retos nos quedamos cortos, porque no tenemos el «plus interno» requerido para afrontar la dimensión de la tarea.

Todas las batallas se ganan o se pierden en nuestro corazón. Cualquier victoria que queramos alcanzar en el reino, en primer lugar, debemos concretarla en nuestro ser interior. Todas las batallas de Israel fueron motivadas por el dominio de un pequeño espacio de tierra. Si miramos el mapa de Israel, es más pequeño que la provincia de Córdoba (Argentina) y nos cuesta entender cómo Dios pudo armar tanto escándalo, cuando él creó los planetas, las galaxias y todo el universo. ¿Por qué Dios pelea tanto por esa extensión de tierra tan pequeña? Moisés, Josué y los profetas de la restauración consagraron sus vidas peleando por un minúsculo pedazo de tierra. Israel no tiene industria petrolera, pero está rodeado de naciones árabes que flotan sobre impresionantes yacimientos de petróleo.

El punto en cuestión es que lo que para ellos fue la conquista de Canaán, para nosotros implica ganar a Cristo. Hechos 17:28 dice: «“(…) puesto que en él vivimos, nos movemos y existimos”. Como algunos de sus propios poetas griegos han dicho: “De él somos descendientes”» (NVI, 2015). Por tanto, la tierra es de Cristo y podemos resumir el negocio del reino en invertir nuestras vidas para ganarlo a él. Precisamente, Filipenses 3:8-9 dice:

Es más, todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo, y lo tengo por estiércol, a fin de ganar a Cristo y encontrarme unido a él. No quiero mi propia justicia que procede de la ley, sino la que se obtiene mediante la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios, basada en la fe (NVI, 2015).

Hay un Cristo al que accedemos gratuitamente, pero hay otro que debemos ganar. A uno lo recibimos como un regalo, pero al otro lo necesitamos conquistar. Cristo es nuestro, pero tenemos que ganarlo. Hay una dimensión de Cristo en el reino que debemos ganar. En este sentido, Filipenses 3:12 dice: «No es que ya lo haya conseguido todo, o que ya sea perfecto. Sin embargo, sigo adelante esperando alcanzar aquello para lo cual Cristo Jesús me alcanzó a mí» (NVI).

Cristo es el objetivo más importante en la vida del reino. La mayor conquista en el reino no es material, sino espiritual. Si tenemos a Cristo, lo tenemos todo, porque estamos completos en aquel que es la cabeza de todo principado y potestad. Necesitamos recibir una revelación de la dimensión de Cristo como Rey.

Filipenses 3:10 dice: «Lo he perdido todo a fin de conocer a Cristo, experimentar el poder que se manifestó en su resurrección, participar en sus sufrimientos y llegar a ser semejante a él en su muerte». Igualmente, Colosenses 2:6-7 dice: «Por eso, de la manera que recibieron a Cristo Jesús como Señor, vivan ahora en él, arraigados y edificados en él, confirmados en la fe como se les enseñó, y llenos de gratitud» (NVI, 2015). Si vivimos en Rosario (Argentina), no podemos andar por las calles de Córdoba; es preciso encontrarnos físicamente en esta última ciudad para transitar por sus calles. Al vivir en esta dimensión llamada Cristo, podemos andar en él.

Por lo tanto, no vivimos en una nación determinada, vivimos en Cristo. En el reino nuestras realidades son intangibles y espirituales. En 1 Corintios 10:1-4, el apóstol Pablo deseaba que sus hermanos en Cristo no desconocieran que todos sus antepasados estuvieron bajo la nube espiritual que los acompañaba y que la roca era Cristo (NVI, 2015). Pablo señala que el verdadero alimento que comemos no forma parte de nuestro almuerzo, sino que es espiritual y es el Cristo resucitado que nos fue impartido como vida. En el reino nuestras realidades son intangibles y espirituales.

Todos atravesaron el mar y fueron bautizados en la nube y en el mar para unirse a Moisés. Asimismo, todos comieron y bebieron también el mismo alimento y bebida espirituales, pues bebían de la roca. Efesios 3:17-19 dice:

(…) para que por fe Cristo habite en sus corazones. Y pido que, arraigados y cimentados en amor, puedan comprender, junto con todos los santos, cuán ancho y largo, alto y profundo es el amor de Cristo; en fin, que conozcan ese amor que sobrepasa nuestro conocimiento, para que sean llenos de la plenitud de Dios (NVI, 2015).

Esto último indica que nuestra bendición es ilimitada. Dios le dijo a Abraham y a Moisés que la tierra donde los introducía era buena y ancha. Tenemos la tendencia de llamar bueno a cualquier cosa, pero cuando Dios dice que algo es bueno, describe una realidad que no admite discusión. Declaración: «Los próximos años seremos introducidos en una realidad buena y ancha. ¡Viviremos en una esfera de amplitud y riquezas ilimitadas!».

La incredulidad nos puede llevar a achicar la medida en que disfrutamos a Cristo. Juan 1:15-16 dice:

Juan dio testimonio de él, y a voz en cuello proclamó: Éste es aquel de quien yo decía: El que viene después de mí es superior a mí, porque existía antes que yo. De su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia (…) (NIV, 2015).

«Plenitud» significa «infinito». Por ejemplo, cuando nos paramos en la orilla del océano, tenemos una imagen de lo que significa la plenitud. Podemos sacar agua del océano con una cuchara o un vaso y no lo afectaremos en lo más mínimo. El océano es una representación de la plenitud.

Nosotros determinamos la medida en que disfrutaremos a Cristo. Los israelitas disfrutaron a Cristo en tres medidas: el maná, el cordero y la tierra. Cuando salieron de Egipto, comieron el Cordero y con la sangre pintaron los dinteles de las puertas de sus casas. Esa es una medida de disfrutar a Cristo. El Cordero nos sirve para Egipto, pero no para entrar en la tierra prometida.

La meta no es el Cordero, sino la tierra prometida. Cuando predicamos salvación para que la gente sea librada del infierno, les enseñamos a las personas a disfrutar del Cordero. En el desierto disfrutaron el maná y esto fue bueno dentro de ese contexto. El maná representa el alma, el órgano que empleamos para expresarnos, pero nuestra verdadera persona es espíritu. Lo único que nos capacita para negar el alma es un espíritu vivificado con Cristo, un espíritu integrado al Espíritu Santo. 1 Corintios 6:17 dice: «Pero el que se une al Señor se hace uno con él en espíritu» (NIV, 2015). Cuando Pablo le escribió a Timoteo, le dijo que el Señor estuviera con su espíritu. Mateo 28:19-20 dice:

Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo (NVI, 2015).

El Señor está en el aire y habita en nuestro espíritu. Debemos negar nuestra alma como persona, pero no como órgano. El alma es un órgano que nos permite expresar y manifestar lo que ocurre en nuestro espíritu, pero no somos alma, sino espíritu vivificado. La palabra «maná» significa ‘¿qué es esto?’.

Caleb y Josué vivieron en medio de una generación rebelde. Pablo dice que comían del alimento espiritual, que tiene que ver con la revelación. Dos millones de personas se levantaban todas las mañanas, recogían el maná en sus canastos y lo comían. Sin embargo, nunca se les reveló que el maná y la Roca que los seguían eran una representación material de Cristo. Pero Josué y Caleb tenían otro espíritu y se les reveló que, al alimentarse, comían y bebían a Cristo. Años más tarde, declararon que estaban tan fuertes como el primer día, porque supieron disfrutar del alimento y la bebida espiritual verdaderos. Declaración: «El alimento y la bebida espiritual nos sostendrán fuertes mientras atravesamos el día de la batalla».

El maná es bueno, pero no es la meta; el objetivo final es la tierra. En este sentido, Filipenses 3:13-14 dice:

Hermanos, no pienso que yo mismo lo haya logrado ya. Más bien, una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante, sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús (NVI, 2015).

Por otra parte, Cantares 5:12-15 dice:

Sus ojos parecen palomas posadas junto a los arroyos, bañadas en leche, montadas como joyas. Sus mejillas son como lechos de bálsamo, como cultivos de aromáticas hierbas. Sus labios son azucenas por las que fluye mirra. Sus brazos son barras de oro montadas sobre topacios. Su cuerpo es pulido marfil incrustado de zafiros. Sus piernas son pilares de mármol que descansan sobre bases de oro puro. Su porte es como el del Líbano, esbelto como sus cedros (NVI, 2015).

El siguiente pasaje habla de la mujer sunamita que quería conquistar al rey. La primera figura con la que se compara es con «las yeguas enjaezadas de los carros de Faraón» (Cantares 1:9, NVI, 2015). Las yeguas eran egipcias, lo que quiere decir que mucha gente busca al Señor a través de procesos humanos. Esta es la forma que nos enseñó la religión, atada a los sistemas psicológicos y a los libros de autoayuda. Es imposible conectar la tierra con nuestros sistemas a partir de los procesos de las yeguas del Faraón. La segunda figura es una paloma. Esta es mejor que una yegua, pero aún tiene voluntad propia. La tercera es el lirio y aquí estamos más encaminados, porque esta flor no tiene voluntad propia. La cuarta es la comparación de la mujer con una columna en el templo y, aunque no tiene voluntad, está en el templo y lo sostiene. ¡Somos columnas y baluartes de la verdad!

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